En un ensayo de cien páginas y dividido en dos grandes secciones -©iudad. Todos los derechos reservados y El Cilicón Bali mexicano- y un prefacio, Conrado Romo reflexiona sobre las disputas en el plano simbólico-narrativo por parte de distintos actores para la conquista de los territorios locales en aras de la mercantilización de bienes inmateriales y de la propiedad intelectual; es decir, acciones a favor de lo que el autor coloca en la tesitura del capitalismo cognitivo. Todo ello aterrizado en la zona del parque Morelos de la ciudad de Guadalajara en Jalisco, México.
Desde las primeras líneas, el autor sentencia: “Todos los proyectos de intervención urbana poseen un poderoso componente utópico” (p. 1). Esta frase es desglosada en cada una de las secciones del libro de principio a fin; por ejemplo: ¿quién tiene derecho a soñar [habitar-intervenir] la ciudad? En principio, nadie estaría en desacuerdo en señalar que todas y todos podemos ejercer ese derecho; sin embargo, en el marco de la intervención [planeación] urbana, solo por citar un ejemplo, existe una jerarquización en las opiniones por más que las condiciones aparenten horizontalidad e inclusión. Como señala el autor, no es lo mismo el comentario de un vecino, de un académico reconocido, de un alto funcionario o de técnicos especializados en el uso y el manejo de datos. Desde el principio queda claro que unos son más iguales que otros, o que tal vez “todos tengamos derecho a soñar la ciudad, pero muy pocos tengan el derecho a construirla” (p. 11), y es precisamente ahí, en el plano de la acción cotidiana, donde las narrativas adquieren sentidos diferenciados; unos apoyando el capitalismo cognitivo y otros defendiendo sus territorios.
Distinguir las narrativas y ubicar los actores sociales que contribuyen a la confirmación de esta nueva forma de despojo territorial de las personas más desfavorecidas se coloca como uno de los principales elementos a destacar de la obra. En primer lugar, en cuanto a la relación entre el nombrar una ciudad o territorio y sus formas de habitar, el autor deja claro que la manera en que se concibe una ciudad está vinculada con el modelo productivo que se desea imponer, y esto, a su vez, podría condicionar el hacer cotidiano de las personas que tuvieron el infortunio de ser “favorecidos” para implementarles una intervención urbana.
En cuanto a los actores sociales que participan en dichas intervenciones, a muy pocos se les reserva el derecho a la ciudad; ese derecho solo corresponde a quienes comulgan con los apologistas del progreso y el desarrollo, entre los que sobresale, afirma Conrado a lo largo del libro, la iniciativa privada nacional e internacional, siempre con el apoyo de los gobiernos y de medios de comunicación, unidos en franco ataque y hambre de despojo territorial-identitario hacia las personas que habitan cotidianamente los territorios.
En el capítulo “Capital vs. barrios”, Conrado Romo coloca la gentrificación en el centro de la discusión, ubicándola como uno de los principales procesos de desplazamiento de sectores populares de espacios cuyo valor se considera alto; desplazamiento que incluye el despojo paulatino de sus propiedades, principalmente en términos de vivienda. Para el autor, dicho desplazamiento no solo queda con la salida de los habitantes originarios de sus lugares, pues también se desplazan los significados propios del lugar, lo cual se ejemplifica a través del Harlem Shake. Desde esta perspectiva, convendría preguntarse sobre la conveniencia de ubicar estos procesos en la línea de micro-éxodos internos; al menos, esta es una de las muchas preguntas que surgen al avanzar en las reflexiones de Conrado.
En “Neocolonialismo urbano” se describe el proceso de gentrificación en cuatro etapas. La primera consiste en identificar dónde los habitantes sean al mismo tiempo propietarios y residentes. Enseguida viene la falta de inversión, con lo que la zona comienza a degradarse. En un tercer momento, la violencia simbólica, en forma de criminalización de las personas, lo cual se convierte en un elemento crucial para legitimar las acciones de desplazamiento. Finalmente, vendrán algunas formas de resistencia por parte de los viejos residentes, mientras que narrativas como “impulsar el desarrollo urbano” se repiten por todos los medios posibles, hasta convertirse en un mantra “legitimado” por los evangelistas del capitalismo cognitivo; se evidencia así, además de la disputa por el lugar físico-geográfico, una “lucha (…) que incluye al patrimonio inmaterial” (p. 29).
En la sección “Economía política del copyright”, el autor profundiza en conceptos como creatividad, innovación y emprendedurismo, con los cuales contribuye a la construcción de un marco contextual que pareciera vaticinar un futuro obligatoriamente creativo. Tomando como punto de partida el anuncio de los XVI Juegos Panamericanos celebrados en Guadalajara, Jalisco [por primera vez fuera del entonces Distrito Federal, la llamada capital mexicana], estos conceptos podrían adquirir mayor sentido si llevamos la mirada al año 2010. En aquel año, en el estado de Baja California comenzó a rondar la idea de la innovación: Tijuana Innovadora, asociación civil integrada principalmente por empresarios, tuvo por objetivo mostrar las fortalezas de la ciudad en un contexto en que la violencia vinculada al narcotráfico estuvo en sus niveles más álgidos, especialmente en términos de secuestro a empresarios. De ahí que construir la idea de emprendimiento (hacer creer que todos podemos ser empresarios) se convirtió en principal escudo de defensa de los fundadores de esta asociación civil. Desde aquel año, la innovación se convirtió en una marca registrada de bienes inmateriales relacionada con una ciudad.
Cuando la audiencia lectora aterrice su mirada en el capítulo “Otra cultura es posible” notará que que la narrativa comienza a perfilar un tipo de sujeto social que disputa los territorios desde el sector más precarizados del sistema Smart; es decir, el cognotariado, lo que nos recuerda una vez más la perspectiva marxista sobre la lucha de clases. En este sentido, Conrado también coloca en el escenario de disputa a la clase creativa, la cual se distingue por sus estandartes de la innovación, la tecnología y todo lo smart, un agente que trae bajo la manga valores como la creatividad. Con esta distinción emerge otro tipo de tensiones como cultura procomún versus lo individual, o bien la información en sentido abierto versus lo cerrado. Con este tipo de dicotomías, expresadas a lo largo del libro, las reflexiones adquieren matices importantes para la construcción de formas de pensar y habitar los distintos territorios.
Para el siguiente apartado “(Dis)utopías de la ciudad cyborg”, Conrado Romo, retomando la ciencia ficción como telón de fondo, coloca el concepto del cyberpunk como ejemplo narrativo con el cual la búsqueda de control en las ciudades se convierte en el ingrediente principal que permite entender los procesos de “terciarizacón de la economía, el cosmopolitismo católico y los choques interculturales” (p. 49) propias de los diversos territorios.
Para el cierre de esta primera sección, el autor enuncia una narrativa más, sobre los espacios urbanos: “Ciudades inteligentes y sociedades de control”, y ejemplifica sus reflexiones con Malasia; Conrado nos cuenta los orígenes de este tipo de ciudades. Desde los años noventa del siglo XX este país asiático inició los procesos constructivos de la Ciudad Inteligente/Smart City, cuyo resultado, más de una década después, fue el aumento de la pobreza urbana tras el despojo de tierras de campesinos y productores, pero, mientras unos sectores sociales fueron condenados a la desventura, otros tomaron un auge increíble, sobre todo quienes forman parte de las infraestructuras eléctricas o de telecomunicaciones, los cuales se convierten en el “sistema nervioso central” (p. 56) de las ciudades. En este contexto es que se revela el vínculo entre las empresas y el Estado, así como sus esfuerzos por subordinar el bien común a los intereses políticos, económicos y empresariales, en detrimento de la sociedad civil.
Con la primera sección como telón de fondo, la segunda parte arranca con “Mi barrio me respalda. La lucha contra las villas panamericanas”, donde Conrado sitúa la reflexión en el caso de las villas panamericanas, lugar que daría hospedaje a los deportistas que participarían en aquella justa deportiva, villas que habrían de colocarse en los alrededores del parque Morelos. Para los habitantes de la zona, nos relata el autor, la noticia fue algo inesperado, por lo que de a poco, pero con intensidad, los habitantes de la zona se unieron en franca lucha de resistencia frente a la “oligarquía jalisciense” (p. 67), quienes, so pretexto de convertirse en el foco internacional, tuvieron la tentación de aprovechar este mega evento deportivo para presentarse al mundo como una ciudad en transición a lo smart, lo innovador y lo creativo; es decir, una ciudad lista para la “clase creativa”, y no para los habitantes (propietarios-residentes) de la zona. Así, con frases político-publicitarias como “¡la zona del parque Morelos será recuperada!”, la pregunta que nos planea Conrado es: ¿de quién habrá de recuperarse? Esto, en el fondo, se convertiría en parte del proceso de gentrificación de los alrededores del parque Morelos (estigmatización/criminalización de los habitantes).
Poco antes del final, aparece la sección “Ciudad creativa digital: Hacia la ciudad copyright”, donde el autor coloca lo que parece ser un cambio cultural en las ciudades y, particularmente, en Guadalajara, Jalisco. Un cambio cultural encaminado a favor del desarrollo económico de las ciudades, donde capitales nacionales y extranjeros buscan obtener los mejores beneficios en detrimento de las comunidades desfavorecidas, en este caso las que ejemplifica Conrado con las inmediaciones del parque Morelos. Asimismo, se muestra que la figura del emprendedor, cuya génesis tal vez radica en Tijuana Innovadora, cada vez adquiere mayor presencia en la cotidianidad tapatía, en busca de que esta ciudad se convierta en el Silicon Valley mexicano.
Por lo anterior, nos muestra Conrado Romo, es crucial colocar nuestra atención en las narrativas-simbólicas como elemento fundamental para la comprensión y la construcción de las ciudades y sus territorios; igualmente para la planeación urbana, pues para el caso de la ciudad tapatía pareciera que su futuro es “su destino manifiesto, es un destino creativo en el que solo los más innovadores tienen derecho a opinar, crear y ser parte de la ciudad” (p. 84). ¿Y los habitantes?
En este sentido, concluye el autor con el último apartado, “¿Quién puede soñar la ciudad?”, dejando claro que todas y todos podemos soñar la ciudad; sin embargo, es evidente que hay sueños de primera y segunda clase, donde los datos se convierten en el nuevo oro para la construcción de las ciudades innovadoras, inteligentes o creativas; espacios propicios y adecuados no para las personas de menores recursos, sino para quienes vibran en la misma tesitura del capitalismo cognitivo, del capital nómada y de los nómadas digitales. A estas alturas, la pregunta que conviene hacerse es: ¿quién o quiénes estarán dispuestos a iniciar la lucha de resistencia? A ella, en el fondo, tal vez muy en el fondo, nos invita y confronta el texto de Conrado Romo. Cualquiera que sea la respuesta de la persona lectora, en el libro Ciudad Copyright se encontrará un vasto y profundo análisis reflexivo sobre la importancia de lo simbólico en las disputas por el territorio y por las ciudades, lo que convierte este texto en una lectura obligatoria para pensar las ciudades desde múltiples aristas, obligándonos, indirectamente, a tomar una postura frente a estos escenarios, asiendo de este libro un elemento indispensable para cualquier biblioteca.